sábado, 31 de octubre de 2009

Siete y media de la tarde

Oscurece tan pronto ahora. La falta de luz influye en el estado de ánimo; no es extraño que haya tantos suicidios en los países nórdicos. Las cosas parecen desangeladas con esta poca iluminación. Como estos supermercados de zonas costeras, que tienen un aspecto deprimente a estas horas. Con su típico jubilado inglés que compra whisky o ginebra para pasar otra noche de borrachera y soledad. Con su cajera que fantasea con un atraco en el que una bala perdida acabe con su larga y lenta agonía. Con su cliente que se encoge de hombros, que soy yo, y se hace el taumaturgo comprando helados, que todavía estamos en verano aunque con la oscuridad de noviembre.

viernes, 30 de octubre de 2009

La partida

Sería quizá bonito vivir con amor, pero eso ya no es para mí. Cómo no tomarse con escepticismo los «te quiero» a media tarde, las notas de amor en la mesa de noche, las sonrisas cómplices. Ya es tarde para todo eso, uno se ha acostumbrado a esta vida de sarcasmo, cinismo, autarquía sentimental y constantes eventualidades.

jueves, 29 de octubre de 2009

Megalomanías

—Claro, como tú tienes un ego del tamaño de un camión...
—¿Tan pequeño?

miércoles, 28 de octubre de 2009

El método

—He leído todos sus libros de autoayuda, ¿sabe?
—Espero que hayan mejorado su vida.
—Bueno, leo más libros de autoayuda que antes, en eso sí ha cambiado mi vida. Pero yo quería preguntarle una cosa que me tiene intrigado.
—Adelante.
—Usted saca un libro nuevo cada año, pero siempre con la misma temática: aprender a ser feliz. Lo que yo me pregunto es: ¿significa que los anteriores quedan invalidados? ¿El sistema que funciona es el del nuevo libro?
—No, tiene explicación: ser feliz es un continuo. No es algo que se haga de la noche a la mañana, ¿entiende? Es un largo proceso que hay que seguir al pie de la letra.
—De la letra de sus libros, claro.
—Claro.

martes, 27 de octubre de 2009

La competencia femenina

La chica es, sencillamente, la perfección física en persona. Delgada, pero con tetas grandes que desafían la ley de la gravedad, culo firme, ni rastro de celulitis, ninguna estría. La imagen de la belleza cincelada en mármol. Y no es que se desviva, pienso cuando la veo comer con buen apetito o cuando dice con alegría: «ah, voy a echarle miel a esto», o decide de pronto que le apetece helado. Y sonríe con la despreocupación de quien tiene un metabolismo que puede con todo. Yo la observo con atención y finalmente le pregunto:
—Oye, tú no tienes muchas amigas, ¿verdad?
—No, me llevo mejor con los chicos. ¿Por qué?
—No, por nada.

lunes, 26 de octubre de 2009

Sinceridades

—Si yo ya te lo prometo todo, nena.
—¿La luna, las estrellas, un diamante y todo eso?
—Y la eternidad.
—Y cómo se puede prometer eso, me pregunto.
—Con mucha cara.

domingo, 25 de octubre de 2009

Ante el juez

—Y entonces la trajeron a la sala. Era la acusada más guapa que había visto en mi vida. Su belleza, como la de Friné, parecía suficiente para absolverla, pero las pruebas en su contra eran contundentes.
—¿Qué hiciste?
—La condené a treinta años de cárcel.
—Pensaba que la declaraste inocente.
—Eso hice, pero a cambio se tuvo que casar conmigo.

sábado, 24 de octubre de 2009

El fin del amor

—Señor abogado, quiero divorciarme de mi marido.
—¿Pero no es usted monja?
—Precisamente. Estoy casada con Dios, pero se acabó el amor.
—Entiendo. ¿Diferencias irreconciliables?
—Es un polígamo. Y tiene triple personalidad. Además, nunca me escucha.
—¿Cuál es su patrimonio?
—El cielo y la tierra. Me gustaría quedarme con el cielo, que tiene mejores vistas. Aunque la tierra es bastante útil.
—No se preocupe, vamos a desplumarle.

viernes, 23 de octubre de 2009

Capítulo 1870

A veces pienso en ti sin motivo aparente. Esto sucede de pronto, cuando estoy haciendo cualquier cosa, lo que entorpece seriamente el quehacer diario. Es tan difícil concentrarse en los pequeños momentos banales que ocupan la existencia; siempre está la idea de grandeza jodiendo. Pensar: «quiero a esta chica para mi vida». Pero los pequeños asuntillos grises enseguida vuelven a reclamar mi atención. Qué aburrido es todo esto, pienso. Yo lo que quiero es verte reír y decirte que eres la chica más bonita del mundo.

jueves, 22 de octubre de 2009

Errar

Y enmendar la vida en un bar
y no en tu cama.

miércoles, 21 de octubre de 2009

La inocencia

«¿Y a mí también me meteréis en un asilo cuando sea viejo como el abuelo?», pregunta un niño a sus padres.

martes, 20 de octubre de 2009

En el parque

—Estoy frente al monumento a tu marido.
—¿Qué dices? ¿Qué monumento?
—Ya sabes: el de Lucifer.
—Imbécil.

lunes, 19 de octubre de 2009

Historias hípicas

—Menuda grupa tienes, nena.
—¿Qué pasa, me estás llamando yegua?
—Bueno, era una manera sutil de llamarme caballo a mí mismo.
—Qué burro eres.

domingo, 18 de octubre de 2009

Historias breves e impopulares

Yo amaba con locura a mi mujer y pensaba que eso iba a ser así toda la vida, pero de la noche a la mañana le cambió el metabolismo y empezó a inflarse como un globo aerostático. Aunque yo siempre me había dicho que la amaba por su personalidad, de pronto descubrí que si me gustaba su personalidad era porque no estaba gorda. Con tristeza, tuve que aceptar que mi mujer había pasado a ser más grande que mi amor.

sábado, 17 de octubre de 2009

Meat is murder

Los carniceros tenemos muy mala prensa. Siempre que hay algún asesino en serie, lo llaman carnicero. El carnicero de Milwaukee, el carnicero de Rostov, el carnicero de Plainfield. Con los dictadores, igual: los llaman carniceros y estigmatizan nuestro negocio sin darse cuenta del daño que nos hacen. Nosotros somos honrados trabajadores y nunca actuaríamos así. Piense por ejemplo en cuando entraron en la ciudad las fuerzas gubernamentales y masacraron a los insurgentes. Se habló de una carnicería, como siempre. Una total injusticia, pues ninguno de nosotros habría dejado que se desperdiciara toda esa carne.

viernes, 16 de octubre de 2009

Y el futuro ya no es nuestro

—Juan.
—Dime.
—He conocido a alguien.
—¿Qué? ¿Quién?
—El príncipe.
—¿Qué príncipe? ¿El príncipe azul?
—El hijo del rey, el heredero al trono.
—Vaya. ¿Entonces?
—Pues...
—¿Pues?
—Tengo que pensar en mi futuro.
—¿Ya no es el nuestro?
—No creo que le pareciera bien que tú y yo nos siguiéramos viendo.
—Entiendo, es poco monárquico que nos veamos.
—Lo siento.
—Más lo siento yo, que me hago republicano por desamor. Yo, que era totalmente apolítico.
—¿Y si me enamorara del hipotético presidente de la república?
—Entonces me haría anarquista.

jueves, 15 de octubre de 2009

La soledad

Acudí a la agencia matrimonial Anschluss SA con la esperanza de hallar la mujer adecuada para mí. Me recibió en el vestíbulo una amable secretaria que me tomó los datos y luego me hizo pasar a un cuarto en el que esperaba uno de los consejeros matrimoniales de la empresa. Así que busca usted una mujer, me dijo. Yo asentí con timidez. Perdedor, me pareció que musitaba el hombre; luego me preguntó que con qué fin la buscaba, si esperaba que el mío fuera un matrimonio tradicional o bien una relación abierta por la que pasarían otras personas, como en la consulta de un médico. O de una agencia matrimonial, añadió con una risotada. Yo ignoré sus comentarios sarcásticos y le dije que buscaba una mujer lo suficientemente atractiva como para despertar junto a ella cada mañana sin desear estar muerto y que mis intenciones eran honestas y legítimas. Quiero un amor como los de antaño: romántico y especial. ¿Le parece romántico elegir una mujer de un catálogo?, preguntó él. Es al menos más original que lo que hacen mis amigos, que las buscan en los bares, respondí. En los bares sólo hay camareras y putas, concedió él.
Me preguntó después por mis gustos. Soy un hombre de gustos sencillos, contesté yo, me gustan los amaneceres por la mañana y las puestas de sol por la tarde. Él lo apuntó en un formulario y acto seguido quiso saber mis preferencias sexuales. ¿Misionero o a cuatro patas? ¿Vaginal o anal? ¿Masoquismo o sadismo? ¿Beso negro o beso blanco? Todo eso era importante, me explicó, no querían juntar en un matrimonio desgraciado a un depravado y una mojigata, o viceversa, pues el secreto de un matrimonio exitoso se encuentra en unos cimientos fuertes, y los cimientos del amor son las cuatro patas de la cama. O de la mesa del comedor. Como el experto era él, no le discutí nada.
Luego me tendió una serie de catálogos donde venían las chicas clasificadas por nacionalidades. Escogí el de rusas, pues me apasiona la literatura de ese país. Me gustó mucho una pelirroja de grandes pechos que respondía al nombre de Ludmila, pero el agente matrimonial me la desaconsejó tras consultar la base de datos, ya que resultó que la chica era una pedófila y yo había declarado mi intención de tener hijos en el futuro. Finalmente me quedé con Irina, una rubia de ojos azules, aunque no fuera demasiado sofisticado por mi parte.
¿Y ahora qué?, pregunté, ¿nos prepararán una cita para que nos conozcamos? ¿Me darán su número de teléfono para que lo haga yo? ¿Me llamará ella? Nada de eso, repuso él, nosotros creemos en una aproximación psicológica al fenómeno del amor; es decir, que la secuestraremos sin previo aviso y la encerraremos en su casa con usted, para que el síndrome de Estocolmo haga su trabajo. Si todo sale bien, en dos semanas le tendrá cariño y al cabo de un mes le amará locamente, que es de lo que se trata.
A mí me pareció bien, la verdad, era un método heterodoxo y yo siempre he sido un tanto iconoclasta en lo que respecta a las costumbres sociales y la moral dominante. Me despedí con una sonrisa sincera del consejero matrimonial y su secretaria y salí a la calle. Era primavera y la ciudad estaba engalanada de luz, transeúntes y niños en el parque.

miércoles, 14 de octubre de 2009

La sospecha

—Hola, cariño, qué pronto has vuelto hoy a casa.
—Sí, es que ha habido una amenaza de bomba y... Oye, aquí huele a coño.
—¿Sí? Serás tú, que no te has duchado.
—¿Pero cómo voy a ser yo, hijo de puta? Has estado aquí con alguna guarra, dime la verdad.
—Que no, que tú eres la única que ha entrado en casa.
—¿Encima me estás llamando guarra?
—No, no, no. La única mujer, eso quería decir.
—Has estado con Pili, ¿verdad?
—¿Quién?
—La vecina del quinto. La morena.
—Ah, la tetuda.
—¿Cómo que la tetuda? ¿Le miras las tetas a la vecina?
—Es menos grave que follar con ella, ¿no?
—Pero es que eso también lo haces.
—Bueno, si me la follara, lo raro sería no mirarle las tetas, digo yo.
—Entonces te la follas.
—Sólo hipotéticamente.
—Eso es peor.
—¿Cómo va a ser peor?
—Porque piensas en ello. Te pasas el día pensando en follarte a la vecina del quinto.
—Es sólo uno de mis pasatiempos. No hago daño a nadie y me entretengo.
—Eres un cerdo.

martes, 13 de octubre de 2009

Hiroshima

Dormir ahora.
Invierno nuclear
en los cerezos.

lunes, 12 de octubre de 2009

El viejo amor

Estamos en la cama y de pronto me dice que me quiere. Vaya, pienso yo. Después de tantos años. La verdad es que me lo había dicho otras veces, pero no era lo mismo: entonces no estábamos follando y el efecto es muy diferente. Claro que quizá me quiere porque acaba de correrse, que ya sabemos que es fácil querer a alguien después de tener un orgasmo con esa persona. Pero yo la beso como si fuera la primera vez. O la última. A saber. Mañana habrá olvidado lo dicho, pero todavía nos queda algo de noche. Quién mejor que yo para ti y tú para mí, que decía ella.

domingo, 11 de octubre de 2009

Historias cotidianas

Es tan difícil enamorarse. Yo lo sé bien, caballero, pues fluctúo entre lo decimonónico y lo pornográfico. Paso del «eres tan bonita, mucho más que la vida» al «qué haces todavía vestida: quítate la ropa y ponte de rodillas» en décimas de segundo. A veces todo es simultáneo, como el amor y el desamor. Es tan fácil enamorarse y tan difícil recordarlo al día siguiente.

sábado, 10 de octubre de 2009

A pesar de los hurtos

—Oye, ¿cogiste tú el tanga que llevaba el otro día? No lo encuentro en ninguna parte.
—Eh, ¿por quién me has tomado?
—Venga, en serio, ¿lo tienes?
—Sí, me lo guardé en un bolsillo y me lo llevé como trofeo de guerra.
—¡No! ¿Por qué? No puedes ir por la vida robándole la ropa interior a la gente sin pedir permiso.
«Si me dieras permiso, ya no sería un robo», piensa él con sensibilidad fetichista, pero no dice nada, por si acaso.

viernes, 9 de octubre de 2009

Una cita especial

El señor Jitler entra en un bar, pero no con la sana idea de emborracharse hasta perder el sentido, sino con la intención de encontrarse ahí con una mujer: la doctora Mendel, su terapeuta. Ella al principio se había mostrado reticente; consideraba que verse fuera de la consulta podía conducirles a encamarse y eso afectaría a la dinámica entre doctor y paciente. El sexo es el primer paso a la mentira, le dijo ella mirándole a los ojos, pero el señor Jitler se puso de rodillas y prometió decirle siempre la verdad. Añadió que moría por ella, que no tenía ojos para otras mujeres, que era la doctora de sus sueños lujuriosos. La doctora Mendel se conmovió ante tal declaración de desatinos y accedió finalmente a tomarse una copa. Una copa y nada más, pero él inmediatamente empezó a imaginarla desnuda y en posturas inverosímiles.
La doctora ya estaba allí, acodada en la barra con el aire de las mujeres misteriosas que leen a Jung antes de meterse en la cama. El señor Jitler le da dos besos, uno en cada mejilla, y pide una copa. Ella ya estaba bebiendo, lo que a él le parece una señal de desesperación, cosa que en ese momento encuentra encantadora.
—¿Puedo llamarte Marta? —dice él.
—Podrías, pero te recuerdo que me llamo Aurora —contesta ella.
—Pues a mí me gusta más Marta.
—Bueno, lo que sea más cómodo para ti.
—Marta, entonces.
—Vale.
—Hablemos de ti, que en la consulta siempre soy yo el que habla. ¿Piensas en el futuro?
—Lo normal, supongo. Me gustaría tener dos hijos, un marido guapo, un perro, una casa con jardín... No soy demasiado original.
—¿Y hay robots?
—¿Qué?
—Cuando piensas en el futuro, ¿hay robots? ¿Dominan el mundo?
—Eh... pues no, no hay robots cuando me pongo a pensar en mi futuro.
—En el mío sí hay. Y tú estás en él, conmigo, porque no eres cibernética. No lo eres, ¿verdad?
—No me consta serlo.
—¿Te importa que te toque los pechos?
—Sí me importa, sí.
—Es para comprobar que eres humana. Las hembras robóticas tienen ojivas nucleares en las tetas, no sé si eres consciente de ello.
—Sí, alguna vez lo has dicho en la consulta.
—Creo que el camarero es un androide espía, pero siempre me dices que tocarle el pene a un desconocido es un paso atrás en mi recuperación.

jueves, 8 de octubre de 2009

Licencia de amor

No puede usted pasar, dicen los guardias de la puerta. Pero el hombre sonríe y dice que tiene derecho a ver a la gran bailarina Poinaieskaia, después de lo cual enseña su carnet oficial de enamorado. Todo está en orden, concede uno de los guardias antes de apartarse. La puerta se abre como las piernas de la mujer complaciente que espera al otro lado.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Vudú

—Oye, cuando he ido al cuarto de baño me ha parecido ver una muñeca hinchable en tu cama.
—No es una muñeca hinchable; es una muñeca japonesa, de última generación.
—Ah. Se da un aire a tu vecina, ¿no?
—Sí, es deliberado, la encargué así. Cuando lo hago con la muñeca, me gusta pensar que mi vecina empieza a sentir placer y acaba masturbándose.
—Me parece muy triste.
—Eso es porque no crees en la magia.

martes, 6 de octubre de 2009

Encuentros

Veo en la tele a unos zoólogos que abaten con un dardo tranquilizante a un mono solitario. Lo meten en un saco y lo llevan a su campamento, donde lo miden, estudian su estado de salud, le colocan un chip y etcétera. Cuando lo sueltan, me imagino que el mono corre a contarles a sus congéneres que lo abdujeron unos seres de otro mundo y los otros monos lo toman por loco.

lunes, 5 de octubre de 2009

Choque de voluntades en la cama

—Oye —le digo yo—, ¿por qué siempre apartas la cara cuando intento darte un beso? Pareces Julia Roberts en Pretty Woman.
—La pregunta que tendrías que hacerte es otra: si sabes que me voy a apartar siempre, ¿por qué sigues intentándolo?
«Eh, eh, es justo al revés: si sabes que lo voy a intentar siempre, ¿por qué te sigues apartando?», pienso, pero cualquiera le dice nada, con el humor de perros que tiene hoy.

domingo, 4 de octubre de 2009

Pareja de jóvenes amantes mirando el cielo nocturno

—¿Ves esa constelación de allí? Es Big Mac.
—Qué bonita.
—Dice mi abuelo que antes las estrellas tenían otros nombres. Que Big Mac era la Osa Mayor y Whopper se llamaba Osa Menor.
—Si no parecen osos, qué tontería.
—Eso pensé yo. También dice que McDonald's se llamaba Marte.
—¿Marte? ¿Y eso qué es?
—Ni idea. Cosas de viejos, supongo. Se queja todo el rato de que el firmamento está ahora lleno de publicidad, o algo así; repite que en su infancia eso no pasaba.
—Está mayor.
—Sí. Chochea. ¿Sabes cómo dice que se llamaba antes la Vía Coca-Cola? La Vía Láctea.
—¿Láctea? ¿Eso qué es?
—Algo de las vacas, no me enteré muy bien.

sábado, 3 de octubre de 2009

El creacionismo aplicado a la investigación criminal

—Comisario, han encontrado el cadáver de una mujer en el parque.
—Ha sido Dios.
—¿Qué? Digo yo que tendremos que investigar los hechos, analizar las pruebas, interrogar a testigos y sospechosos, y etcétera, ¿no?
—No, caso cerrado.

viernes, 2 de octubre de 2009

Espionaje

—Buenos días, ¿es usted el profesor Sarín?
—En efecto. ¿Quién es usted?
—Soy el agente Naranja, me han encargado que lo proteja.
—¿Que me proteja? ¿De quién?
—De los agentes enemigos.
—¿Pero por qué? ¿Qué interés pueden tener en mí? Soy un simple meteorólogo.
—Quieren apoderarse del dispositivo Zyklon B.
—¿Qué dispositivo? No sé de qué me está hablando.
—El que ha inventado usted. Un dispositivo para controlar el tiempo atmosférico. Quien lo tenga, dominará el mundo.
—Yo no he inventado nada parecido, es usted un majadero. Y jamás le pondría ese nombre a nada.
—No me diga usted que he llegado tarde y se lo han robado antes de que lo inventara.

jueves, 1 de octubre de 2009

Puntos suspensivos

Allá va, una pelirroja en un vestido rojo, una luz refulgente en la calle. Uno sólo puede mirarla a ella, admirar la cadencia armoniosa de sus pasos. «El que quiera vivir, que me siga», parecen decir sus caderas. Y es un momento de incomparable belleza que uno quisiera guardar para siempre, pero la chica desaparece entre la multitud y el recuerdo jamás le hará justicia.